Nuestro ADN determina nuestra forma de relacionarnos con otros, pero estudios recientes señalan que, además, los genes en el cerebro serían maleables, y que la información social puede alterar la expresión genética de la materia gris, influyendo en nuestros comportamientos.
Neurocientíficos de diversas universidades han publicado en Science que pruebas científicas realizadas durante años con diversas especies de animales sociales, como el pajarillo diamante mandarín, han demostrado que existe así una “relación dinámica entre los genes y el comportamiento, y que el comportamiento no estaría grabado a fuego en nuestro ADN”.
Al parecer, ante determinados estímulos, ciertas expresiones genéticas se activarían –en respuesta a señales sociales-. Así, por ejemplo, en el caso de las abejas, aquéllos individuos dedicados a buscar comida envían señales (mediante feromonas) a las abejas más jóvenes que determinan “si hay suficientes abejas exploradoras o no” como para asegurar el alimento a toda la comunidad.
Dependiendo de dichas señales, y de lo que necesite la comunidad, algunas abejas jóvenes se convierten en nuevas abejas exploradoras, incluso mucho antes del tiempo que suele ser habitual dentro de la vida de una abeja. Según los científicos, estas investigaciones indican que la experiencia afecta continuamente al nivel genético de las especies, obligándolo a regulaciones constantes.
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